El Pan que Sabía Escuchar
En un pequeño pueblo rodeado de trigales dorados, vivía un panadero llamado Tomás. No era el más rápido ni el más moderno, pero tenía un don especial: sus panes sabían escuchar.
Cada madrugada, mientras el pueblo dormía, Tomás amasaba en silencio. Pero no solo mezclaba harina, agua y sal. También recogía las historias que la gente le contaba al pasar: la abuela que extrañaba a su nieto, el niño que soñaba con ser astronauta, la joven que quería abrir una librería. Tomás no decía mucho, pero asentía con una sonrisa y seguía amasando.
Una mañana, colocó en su vitrina un nuevo pan redondo, con una corteza crujiente y un aroma que detenía a cualquiera. Lo llamó “Pan de los Deseos”. Nadie sabía qué lo hacía especial, pero quien lo probaba sentía algo distinto: una calma, una idea nueva, una esperanza.
La abuela horneó galletas con su nieto que volvió de sorpresa. El niño escribió su primer cuento sobre una nave espacial. La joven encontró un local perfecto para su librería. Y todos, sin saberlo, habían compartido sus historias con Tomás… y con su pan.
Desde entonces, cada pan que salía de su horno llevaba un poco de escucha, un poco de alma, y mucho de comunidad. Porque en ese pueblo, el pan no solo alimentaba el cuerpo. También alimentaba los sueños.
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